EL PRECIO DE LA ALIANZA
“El amor fiel es la fuerza más poderosa del universo” (Peter Handke). El amor es capaz de mover montañas y superar obstáculos aparentemente insuperables. El amor es una fuerza que nos impulsa a ser mejores personas, a mostrarnos vulnerables y entregar nuestro corazón. A través del amor “conecta” Dios con nosotros y “se alía” con nosotros: ¡también Él espera nuestra respuesta firme! Las lecturas de este domingo quinto de Cuaresma nos lo recuerdan.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- Alianza… a pesar de las incertidumbres.
- El arte de la obediencia mutua.
- Morir para vivir.
Alianza… a pesar de las incertidumbres
En la primera lectura del profeta Jeremías acabamos de escuchar una lamentación de Dios respecto a su Pueblo, liberado de la esclavitud: “Ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi alianza”. De nada sirvieron las palabras solemnes y los sacrificios que las ratificaban. Una nación como la nuestra, con una tradición de fe tan excelente, ¿mantiene su Alianza con Dios? ¿O lo ha sustituido por algunos ídolos?
Las palabras solemnes de fidelidad del pasado –“los para siempre”- son desmentidas con mucha frecuencia. Los pactos de amor tienen fecha de caducidad. La infidelidad campa a sus anchas y destruye parejas, familias, comunidades, naciones… y también a la Iglesia, que se autodenomina “el Pueblo de la Alianza”. La infidelidad del pueblo de Israel sigue reproduciéndose en nosotros.
Pero Dios no se da por vencido: “Así será la Alianza que haré… escribiré mi alianza en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” … “Todos me amarán, desde el pequeño al grande” “perdonaré sus crímenes y no recordaré sus pecados”. La fidelidad de Dios no tiene vuelta atrás. ¡Conectémonos con la Gran Alianza y todo en nosotros florecerá! ¡Qué bien lo expresa el canto del grupo Kairoi que ahora escucharemos en su lengua original!
El arte de la obediencia
La segunda lectura de la carta a los Hebreos es estremecedora. Nos presenta a Jesús aprendiendo el arte de la obediencia. Como en Getsemaní, Jesús está ante su Padre, que podía salvarlo de la muerte. Le grita, llora, ora, le suplica, está angustiado… Le pide que -por favor- le escuche, es decir, que le obedezca.
Y el resultado fue que… “en su angustia fue escuchado”. La obediencia es mutua: del Hijo al Padre y del Padre al Hijo. Así surge la Alianza de la mutua obediencia… y es que Dios Padre obedece a quien le obedece.
Morir para vivir
A Jesús lo define el Apocalipsis como “el Fiel”. Él mismo se compara -en la lectura del Evangelio- con un grano de trigo que muere, pero después da mucho fruto al convertirse en espiga. Jesús se lo explicó a unos extranjeros griegos que se acercaron a él. Lo hicieron por medio de dos discípulos de Jesús que tenían nombres griegos: Andrés y Felipe. Éstos les llevaron a Jesús. Y Jesús les mostró su gloria, la fuerza impresionante de su Alianza con Dios: Él y el Padre en estrechísima relación de mutua glorificación. Pero Jesús les dio la clave: hay que morir para vivir, hay que olvidarse de sí para ser hombres y mujeres de Alianza. Y se lo explicó con una preciosa imagen: el grano de trigo en tierra.
Conclusión
Seamos fieles a la Alianza, a todas las buenas alianzas… y a pesar de todos los pesares. Es ahí donde nos jugamos, sobre todo, nuestra fidelidad a la Alianza con Dios. Aunque nos cueste sudor y lágrimas… Dios Padre, nuestro Abbá, nos obedecerá… y aparecerá con todo su esplendor el arco-iris de la Alianza “para siempre”.
José Cristo Rey García Paredes, CMF