DOMINGO I. ADVIENTO. CICLO A

¿HAY QUE ESPERAR A ALGUIEN?

Estamos en vela… a la espera, cuando: esperamos algo, cuando esperamos a alguien, también cuando nos tememos algo; o cuando queremos que no se nos pase un acontecimiento previsible. Vemos esta misma actitud de vigilancia, cuando esperamos a alguien en las puertas de salida de las estaciones de autobuses, o del metro, o de los aeropuertos; o cuando llega la hora de un programa que nos interesa… Así mismo esperamos grandes acontecimientos cuando se anuncian con suficiente antelación.

Quien espera, centra su atención, hace lo posible por no perder la oportunidad que se le brinda. Mantiene dentro de sí una cierta tensión. Y ésta se relaja cuando se produce el encuentro, cuando llega lo esperado.

¿Tememos la llegada de algo terrible?

Hoy podemos hablar de la espera de un ataque bélico cuya preparación no han detectado las fuerzas de seguridad, o de un terremoto que los aparatos de medición sísmica no han logrado registrar, ni anticipar. Son éstos algunos de los rasgos de la “espera”. Sin embargo, muy distinta es la “esperanza”.

Esperanza en alerta: ¡llega el Hijo del Hombre! (Mt 24) 

El problema que hoy nos acucia es cómo alentar y despertar nuestras esperanzas religiosas.

¿Hay en nosotros alguna secreta esperanza de que algo grande, extraordinario, para nosotros y la humanidad pueda acontecer? Jesús quería inculcar en sus discípulos una actitud de esperanza y de alerta ante la imprevisible llegada del Hijo del Hombre: “estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.En el mismo Evangelio de hoy se identifica la venida del Hijo del Hombre con la llegada de nuestro Señor.En su pedagogía, Jesús utiliza imágenes que sirven para alentar la esperanza y mantener alerta: la llegada imprevista del diluvio en tiempos de Noé, el asalto imprevisible de la casa por un ladrón, cuando es de noche. 

Cuando los sueños, al fin, se hacen realidad (Is 2)

Es ésta una vieja historia. Los profetas de Israel no podían pactar con las situaciones que les tocaba vivir. Denunciaban todo aquello que no respondía al proyecto originario de Dios: las injusticias, las violencias, las exclusiones. Lo vemos en la primera lectura de este domingo. Isaías presenta una visión de Judá y Jerusalén, que nada tenía que ver con la realidad de aquel momento.

Pero le fue dado ver lo que ocurriría al final de los días: “Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor”. Judá y Jerusalén se convertirán en el punto focal de toda la tierra, en el lugar de encuentro, de pacificación, de justicia.

La imagen profético-apocalíptica del Hijo del Hombre –propia del profeta Daniel- va en esa misma dirección, aunque la perspectiva es mucho más universal o mundial. El Hijo del Hombre es el poder alternativo a los poderes maléficos que dirigen la historia de los pueblos.  Es el símbolo del poder humanizador, que actúa en nombre de Dios y hace llegar a la tierra la justicia salvadora de Dios.

¿Por qué esperar al Hijo del Hombre? 

Porque es Él la solución que Dios nos ofrece, cuando los otros intentos de solución fueron insuficientes y fracasaron a causa del predominio del mal. Jesús se autodefinió como “el Hijo del Hombre”. En Él se cumplió la profecía de Daniel. Él se presentó a nosotros como el liberador, el instaurador de la humanidad soñada. Nuestra salvación está más cerca

Futuro y porvenir

Llamamos “futuro” aquello que nosotros programamos, aquello que nosotros podemos generar. En cambio “el porvenir” es imprevisible: no depende de nuestros proyectos; es imprevisible y sorprendente. El nombre cristiano del porvenir es “Adviento”. Los progresistas intentan ser actores o actrices del futuro. Los profetas anuncian y esperan el porvenir, el adviento. Todo adviento despierta nuestra fe, nuestra esperanza. 

Cristo nace cada día

Jesús fue y sigue siendo el gran protagonista del Adviento. El primer adviento preparó su encarnación y nacimiento en Belén. El segundo adviento acontece en la medida en que se hace presente en nuestro mundo a cada generación humana, a cada persona que lo acoge. “Cristo nace cada día”, decía una bella canción y nos envía su Espíritu y en su Espíritu Él nos comunica su Palabra y su Vida. Quien cree en Jesús sabe que está salvado. Quien descubre el mundo en manos de Jesús, sabe que este mundo no solo transmite malas noticias, sino que está abierto a la gran noticia de la salvación. 

No estamos dejados de la mano de Dios

Nuestro mundo no está dejado de las manos de Dios. El Dios de la Alianza está en medio de nosotros. Nos pide que no temamos. El día se echa encima. El Señor viene una vez más.

El tiempo de Adviento es pedagogía de esperanza. Comenzamos “nuestro año” sonriendo, esperando más allá de cualquier expectativa. Por eso, queremos vivir en pleno día. Conscientes de que tenemos a nuestro alcance aquello que nos hace despreocuparnos del futuro y construir gozosamente nuestro presente. Como decía nuestra Rosalía de Castro:

“Es feliz el que soñando, muere. Desgraciado el que muera sin soñar”.

Rosalía de Castro

Homilía Domingo 1 de Adviento

Video-canción “Cristo nace cada día”: 

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