DOMINGO II. TIEMPO DE ADVIENTO. CICLO A

UN BAUTISMO DE ESPERANZA

Al excesivo optimismo lo llamamos “poesía”, “alucinación”, o incluso –en un sentido más positivo- utopía. La persona utópica fija su mirada en aquello que todavía no tiene lugar en nuestro mundo. Al excesivo pesimismo lo describimos como decepción, depresión, desesperación: cuando tememos un futuro desgraciado: calentamiento global, conflictos, guerras, olvido de Dios… A veces, no esperamos grandes sorpresas, ni positivas, ni negativas …Esta sensación contrasta con el mensaje que hoy nos transmite la liturgia. 

El bendito día que está por venir (Isaías)

El profeta Isaías se muestra sobremanera esperanzado y optimista en el fragmento del capítulo 11, hoy escogido. Se trata de un poema utópico que canta aquello que sucederá en aquel bendito “día” que está por venir: 

  • surgirá un “un nuevo rebrote” en el tronco o en la raíz de Jesé, un vástago, un descendiente en la casa de David;
  • sobre él se posará “el Espíritu Santo, con sus seis dones” (prudencia, sabiduría, consejo, valentía, ciencia y temor de Dios); 
  •  será un hombre justo y leal, que administrará justicia rectamente, especialmente con los desamparados.
  • Se creará un contexto de armonía y paz en el país, en la naturaleza: “el país estará lleno de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar” y se superarán todas las hostilidades y todo entrará en alianza (lobo y cordero, novillo y león, vaca y oso, león y buey, niño y áspid).

Jesús nos introduce en un mundo diferente (Pablo)

El apóstol Pablo nos dice también que la lectura de las Escrituras, de la Palabra de Dios, nos da tal consuelo y paciencia, que mantienen nuestra esperanza. Pero el gran motivo para seguir esperando en un mundo diferente es Jesús. 

En Jesús se cumple la promesa hecha por Dios a David, de que su reino no tendría fin. Jesús es el descendiente, el vástago de David, sobre quien posa el Espíritu con sus dones.

Jesús es aquel en quien Dios cumple sus promesas y manifiesta su fidelidad no solo hacia el pueblo judío, sino hacia todos los pueblos de la tierra

Juan Bautista invitó al pueblo a soñar (Juan Bautista)

Los sueños son viables cuando la gente comienza a creer en ellos. Quizá nada acontezca de verdad en nuestro mundo, sin nuestro consentimiento. El Dios de la Alianza no va a imponer sus dones, si antes no cuenta con nuestro beneplácito. 

Hay que alimentar los sueños. Hay personas, conscientes de aquello que puede llegar, y que dedican su vida a alimentar sueños. Decía acertadamente Cora Weis que

 “cuando soñamos solos, sólo es un sueño. Pero, cuando soñamos juntos, el sueño se puede convertir en realidad”. 

Juan Bautista fue aquel hombre providencial que invitó a su pueblo a soñar, a salir de su incredulidad y de su depresión. Lo hacía con energía, con convicción, apasionadamente.

Juan pedía a la gente preparar el camino, pues ¡el Señor viene!  Estaba convencido del poder impresionante de Dios y de la inminencia de las soluciones a los problemas que traería consigo: “reunirá el trigo en el granero…. quemará la paja”, os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Juan Bautista anuncia la utopía, pero ya presente, llamando a las puertas. Se aíra ante quienes no creen, no esperan, se oponen… Son los dirigentes espirituales (fariseos), religiosos (sacerdotes) y políticos (saduceos) del pueblo. Los llama “camada de víboras”, gente demasiado acostumbrada al pasado y totalmente cerrada al futuro.

Su padre Zacarías se había opuesto al proyecto de Dios, pero se convirtió a la esperanza. Así ahora, Juan Bautista llama a los opositores para que se conviertan a la esperanza. ¡Las promesas están a punto de realizarse! Pero no se sitúa en el templo de Jerusalén, sino en el desierto. Evocaba de esta manera, la necesidad de refundar al Pueblo, allí donde Dios mismo lo fundó.

Un bautismo de esperanza

La esperanza no nace de la autosugestión. No podemos hacer brotar la esperanza en nuestro espíritu. Necesitamos un bautismo de esperanza; un baño que se derrame sobre todo nuestro cuerpo y lo vitalice, lo regenere. Quien ha recibido el don de la esperanza, ve la realidad de otra manera; no se preocupa tanto; descubre la mano providente de Dios en todo lo que acontece y siempre sabe que la Gracia vencerá

La esperanza llegará a nosotros como un bautismo: al principio de agua, después de fuego y de Espíritu. La esperanza debe ser suplicada. Es fuego de Dios en nuestro corazón. Es luz de Dios en nuestro camino. Es moral de victoria en nuestras luchas. 

En este domingo segundo de Adviento, ¿por qué no disponernos a recibir el bautismo de la esperanza? 

Para contemplar:
“Dime Señor ¿a quién tengo que esperar?” (Mocedades)

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